CARLOS ROBLES RÁZURI*
Mario Vargas Llosa, el laureado escritor peruano de tantas obras notables de la literatura peruana y universal, es el mejor embajador de Piura no sólo en el campo de las letras sino en todo lo que tiene la región de más representativo. En realidad, Vargas Llosa, por propia voluntad es un piurano más, un hombre que ha sabido captar los altos valores morales de nobleza, hidalguía, generosidad que caracterizan a nuestra gente. En cualquier parte del mundo, donde esté, ayer fue en Alemania, hoy ha sido en
Lima, Vargas Llosa envía su recuerdo emocionado y palpitante a la tierra que ama y a la que él sabe que le corresponde en la misma forma. Ayer no más, cuando el periodista Jorge Salazar lo entrevistó, luego de concluir una conferencia sobre la técnica novelística, dijo:
“Un pedido: si por casualidad alguno de ustedes va a Piura, díganles por favor a los mangaches y a los habitantes que no he conseguido olvidarlos. Díganles que ahora voy por el mundo haciéndoles publicidad, que todavía siguen invictos en mi corazón.”
No hay, no puede haber pronunciamiento más claro y profundo de Vargas Llosa, para los que lo comprenden y para los que no lo comprenden, para los que sienten su obra y para los que no la sienten, para los que lo elogian y para los que lo desestiman, en este Piura en donde se llenó de razones y motivos para consolidar el alma de escritor que puso en él la Providencia.
Porque, en puridad de verdad, Vargas Llosa como Salaverry, como López Albújar, como Federico Helguero, como Manuel Vegas García, como Estuardo Cornejo Agurto, como Gladys Bisayachi, son netos productos de la espléndida tierra piurana, del sol, de los usos y costumbres que se cantan y se quedan como ellos sello eterno en el alma.
Yo soy amigo del alma de Vargas Llosa, un amigo a lo piurano que le di lo que supe y nunca le pedí nada, excepto su amistad que nunca me la ha regateado y puedo asegurar que cuando Mario dice que ama a Piura y que va hablando de la grandeza de esta noble tierra por el mundo, es cierto. Más todavía que lo seguirá haciendo hasta cuando tenga “un pie en el estribo” como decía Alonso Quijano el Bueno.
Y es que, bien mirado, Vargas llosa y Piura son una unidad. Muchos de sus personajes de sus obras son gentes de carne y hueso, conocidos nuestros, varios de los paisajes y escenas las hemos visto o las vemos desfilar ante nuestros ojos a diario y si no las ponemos en letra de molde y no hacemos de ellos creaciones literarias es porque nos falta la sensibilidad del creador.
Con Vargas Llosa se repite lo que pasó a Salaverry y a López Albújar. Su genio los hizo hijos del gran mundo de las letras, pero ellos, por voluntad, libremente, se dijeron se sintieron piuranos. Salaverry -a decir de sus íntimos de los viejos piuranos- nunca pudo olvidar el vientre que lo tuvo ni la tierra que lo alumbró siempre reafirmó su origen; López Albújar, por accidente, nació en Lambayeque, pero desde niño, sintió y vivió a Piura en su pujanza de tierra y en la guapeza, desengaños y romances de sus gentes, y lo sintió tanto y tanto que al morir, en su testamento literario ordenó que se trajera su corazón para enterrarlo acá; Vargas Llosa nació allende nuestras fronteras, quiere por supuesto su solar nativo, pero su amor está en Piura, la Piura de Tacalá, de la Casa Verde, del Padre Santos García, del Auxiliar de Educación Gallardo, de sus más fieles y nobles amigos, de sus profesores, de sus mujeres que prendieron sus primeras ilusiones, de las auroras que encienden el firmamento de rosa y de los crepúsculos que prenden fuegos artificiales de colores únicos y, sobre todo, de sus hombres y mujeres que saben amar y saben odiar , que nunca se doblegan ante la adversidad y que tienen la hidalguía y la generosidad de un Grau para reconocer y valorar a las gentes y para tenderles la mano y darles su amistad sincera tanto en la hora del éxito como en la de la adversidad.
Nunca le he escrito a Mario porque el genio debe saborear la gloria, tenerla como conquista exclusiva, escoger por sí, libremente, a quienes él estima, pero cuando habla de Piura, a quien quiero más que a mí mismo, no trepido en hilvanar esta crónica para decirle que lo siga haciendo hasta que la vida se le vaya porque Piura -aunque parezca increíble- jamás ha sido ingrata, lleva siempre en su corazón a quienes dan por ella lo mejor de su ser.
*Publicado en El Tiempo, viernes 29 de octubre de 1976, p. 6.
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